Nosotros y el azul ¿turquesa?

Fotos: Jimena Roquero

En la casa en la que vivíamos antes, nuestra primera casa juntos, me salí con la mía y casi todo era blanco. Hasta conseguí pintar de blanco el suelo de madera de nuestra habitación y del baño, jejeje. Ni que decir tiene que la mugre y los pelos del cuerpo que tienen la desfachatez de abandonarte se notan mucho más así, dónde va a parar pero, ¿y lo bonito que quedaba? Y eso, no tiene precio ni hay horas de fregona que lo paguen.

Cuando nos mudamos a este nuevo piso, el amor ya estaba en otra fase y Javi no estaba dispuesto a darse por vencido con un par de suspiritos míos, así que tuve que pasar a estrategias de negociación ya más avanzadas con el fin de alcanzar la win-win situation, como dirían los modernos en sus power points.

Muy bien: quitamos el gotelé (ventaja: ya podemos poner posters de la Superpop con chinchetas sin que les salgan granos a nuestros héroes y heroínas). Estupendo: pintamos las puertas y los armarios de blanco (ventaja: cada vez que se dan un golpe no es que se estropeen, es que se acercan más al estilo shabby chic). Pero cuando Javi me trajo el pantone para que eligiéramos el color de la estantería ya me advirtió que el blanco no era una opción posible. Y que esto no era negociable. ¿Alguien me puede decir qué ventaja tiene eso?

Al final, fue azul como podéis ver en las fotos. Y encima, no me dejó poner los dos módulos más juntos porque, ¡oh, señores y señoras!, no cabía la tele gigante y descomunal según mi critero, o enana y rozando mínimos según el suyo, que quería entre medias. No sé porqué no le pareció bien mi idea de ponerla en el despacho y dejar el mullido sofá del salón como lugar de lectura...

En fin, es poner un hombre en tu vida y vovlerse una loca para encontrar una alfombra barata que pegue con el color de tu estantería. Cuidado solteras.